
Entramos en Perú por Tumbes, la ciudad está llena de tuc-tuc (moto taxis) y Oscar todos los días quieres montar en uno, se emociona y los estudia para Vietnam. Pasamos la noche allí y al día siguiente paseito por la ciudad y probamos la cerveza peruana. Por la noche tomamos un bus a Trujillo, al amanecer nos despertamos y vemos unos paisajes alucinantes, estamos en el desierto.
Trujillo es muy bonito, con casas coloniales muy coloridas, espaciosas plazas y avenidas con mucho ambiente.
Otro día visitamos la Ciudadela de Chan-Chan, que habría sido la capital del reino Chimú (siglo XII) que estuvieron hasta que los conquistaron los Incas. Es una ciudadela de adobe enorme, donde se distinguen (ya no hace falta la imaginación porque está todo reconstruido) plazas, viviendas, depósitos, calles, murallas y templos piramidales. Sus enormes muros están decorados con relieves de figuras geométricas y seres mitológicos.
De Trujillo tomamos otro bus nocturno a Lima, una ciudad de 7 millones de habitantes,
En Ica visitamos el recinto ferial, ya que es la feria de la vendimia,
Por la tarde vamos a Huacachica a 5 Km. de Ica, es un oasis en medio del desierto, un bonito paisaje de dunas, palmeras y huarangos. Algunos lugareños atribuyen propiedades curativas a sus aguas, pero eso sería antaño, porque ahora parece que debido al turismo esta hecho una guarrería, aunque los lugareños se siguen bañando en sus aguas. Subimos a lo alto de una gran duna (llegamos afixiados) y vemos un atardecer precioso, allí le pido a una niña que me deje su tabla de sandboard y la pruebo, me pego el tortazo y se la devuelvo sin ganas de otro intento.
De Ica nos vamos a Nazca, nos informamos en varias agencias para ver las líneas, como nos
Por la noche tomamos un bus a Cuzco, esta vez el viaje es un poquito infierno, no podemos dormir debido al mal estado de la carretera, asi que nada más llegar a Cuzco, vamos al hostal a descansar que resulta ser una casa colonial muy chula, pero muy fría.
Por la tarde salimos a dar un paseo y Cuzco nos sorprende, es una ciudad preciosa, al llegar a la plaza de armas nos quedamos con la boca abierta, (pensábamos que ya pocas cosas nos podrían impresionar en una ciudad) estamos a 3.600m de altitud, así que nos aficionamos al mate de coca para hacerlo mas llevadero.
De allí al Machu Picchu en tren cuesta 96$, así que buscamos la ruta alternativa y tomamos un bus a Santa María y de allí una furgoneta a Santa Teresa, donde pasamos la noche, a la mañana siguiente otra furgoneta a “la hidroeléctrica” y desde allí caminando por las vías del tren hasta Aguas Calientes, el trayecto es muy bonito, entre montañas, al lado de un río, lo disfrutamos mucho a pesar de la lluvia. Cuidado con el tren de las doce!, Oscar al ir a apartarnos se cae entre la maleza-cuneta y se quedó como una tortuga patas arriba, no conseguía ponerse en pie, fue muy gracioso.
Al llegar a Aguas Calientes tenemos la sensación de estar en el típico pueblo de estación de esquí, preparado para albergar a mucha gente y en el que el interés no esta en él, allí pasamos la noche y nos levantamos a las 5:00 de la mañana. Subir al Mapi (como cariñosam
ente lo llaman por aquí) en bus cuesta 12 $ (por un trayecto de 15 min.) como nos parece un robo, subimos andando por una antigua ruta inca, que nos lleva 1 hora y media, nada más entrar en el parque vamos directos al Waynapicchu, ya que no permiten entrar a más de 400 personas al día, tanto andar y tanta prisa y somos los números 24 y 25. Otra hora de subida, llegamos a la cima y estamos agotados, pero las vistas son alucinantes.
Al ver la cantidad de turismo que había, pensábamos que nos iba a defraudar, pero todo lo contrario, nos impresiona muchísimo, recorremos todas las ruinas, estamos tan cansados que no nos apetece contratar un guía, pero de vez en cuando nos arrimamos a algún grupo a ver si pillamos algo (aunque sea en japonés). La verdad es que hacen falta pocas explicaciones, con estar simplemente allí, mires donde mires es genial. (11 horas sin parar de andar que merecieron mucho la pena).
Eso sí, lo que en Aguas Calientes te cuesta uno en el Mapi te cuesta 10 (panda de ladrones!, ¿cómo lo pueden llamar patrimonio de la humanidad si solo pueden acceder unos pocos?).
Como curiosidad, comentar que a los habitantes de Aguas Calientes, les cuesta el tren 1 dólar, a los de Cuzco 2 dólares, a los peruanos en general 4 dólares y a los guiris 96 dólares, a todo esto el tren lo gestiona una empresa de Chile, curioso, no??? (pues correr, porque a partir de julio se duplican los precios).
Al día siguiente regresamos por el mismo camino, andando por las vías del tren. En el camino nos cruzamos con un grupo de españoles y argentinos, charlamos un rato, intercambiamos consejos y esta vez no nos coge de sorpresa el tren de las doce.
Al llegar a Santa Teresa fuimos a unas piscinas termales, estas si que son autenticas, (¡nos lo habíamos ganado!) y fueron geniales, allí nos quedamos disfrutando hasta que se nos hizo de noche.
Al día siguiente la furgoneta a Santa María, pero como el camino estaba en muy mal estado por las lluvias, nos deja en Quillabanba, en vez de coger el bus, tomamos un taxi monovolumen, mas cómodo y mas rápido, y aún así, tardamos muchísimas horas en llegar a Cuzco ya que por las lluvias había habido muchos derrumbes y nos tuvimos que parar varias veces a que despejaran el camino, cuando habíamos pasado lo peor, ponchamos y paramos a arreglar la rueda y alucinamos del humo que salía del freno, y el conductor tan tranquilo (claro, es lo que tiene bajar puertos de 4000m. de altura en punto muerto y tirando solo de freno, mejor no pensarlo).
El trayecto se nos hizo ameno porque fuimos todo el rato de charla con un peruano que tenía tiendas de ropa e iba a Lima a hacer negocios, nos contaba que su mujer le tenía prohibido tomar (beber), que luego era un golferas, y soñaba con ir a Cuba.
Al llegar a Cuzco nos encontramos con el final de la procesión del “Cristo de los Temblores” todo un acontecimiento, con una gran oleada de gente, así que dimos un paseo nocturno muy agradable, siempre vigilando nuestros bolsos.
Un día hicimos el city tour, visitando varias ruinas de los incas; el Qorikancha (antiguo templo del sol, ahora es el convento de Santo Domingo), el Sacsaywaman (Una fortaleza ceremonial, donde hoy en día todavía se reúnen los jóvenes una vez al año para demostrar sus habilidades física), el Q´enqo (una especie de laberinto natural de piedras con nichos y monolitos), el Pukapukara (algo parecido a un puesto de vigilancia) y el Tambomachay (un lugar de descanso con unas fuentes muy chulas).
Otro día visitamos el Valle Sagrado de los incas, fuimos a las ruinas de Pisac, Ollantaytambo y Chinchero. Muy bonitas todas.
La mayoría de las casas de Cuzco están construidas sobre los antiguos muros tronco piramidales de los incas, que tienen tan bien encajadas su mampostería que han conseguido resistir intactos a numerosos temblores, mientras las construcciones coloniales se iban todas a pique. (Estos si que trabajaban bien la piedra, impresionante como encajaban las piezas a la perfección, hasta 12 aristas podía llegar a tener un bloque).
Nos gustaba mucho pasear por la ciudad y visitamos la catedral, el monasterio de Santa Catalina, los museos de arte contemporáneo, el histórico regional, el de arte popular, el de arte nativo donde vimos un espectáculo de danzas folklóricas. Subíamos asfixiados al barrio de San Blas, placitas y callejuelas que cuando le daba el sol recordaba a cualquier barrio de España donde se sale a tomar el aperitivo.
Por fin conseguimos cambiar nuestras guías por un libro sobre el sendero luminoso y otro de Paulo Coelho sobre una prostituta, ¡había poco donde elegir! Casi todos son en ingles, aleman, frances o japones (!manda huevos!).
Un día vimos que en un bar daban bravas y entramos sin dudarlo, allí conocimos a Pedro, un catalán que lleva 10 años veraneando en Cuzco, con él coincidimos varios días y hacíamos la ronda, nos encontrábamos en el bar de las bravas y luego al Yanapay, un bar restaurante decorado como si fuera una guardería, había muchísimos juegos, allí nos encontrábamos muy a gusto, algunas noches había teatro (monólogos). Yanapay en quechua quiere decir, “ayúdame”, y el dinero que saca del restaurante va para una ONG de niños de Cuzco, cualquiera que pise Cuzco debería pasar por allí obligatoriamente.
Luego, después del Yanapay, íbamos a tomar una cerveza a un local donde había conciertos muy chulos de grupos de la zona (nativos), cada día había uno.
También nos gustaba ir todos los días a desayunar al mismo sitio, era un local viejo y con solera, donde todas las mañanas se juntaba el mismo grupo de viejetes muy arregladitos, y tenían unas tertulias de lo más variado, a Oscar y a mí (más a Oscar) nos gustaba sentarnos cerca y observarles.
Visitamos el monumento al inca Pachacutec, una gran escultura de un jefe inca sobre una torre de 5 o 6 niveles, en cada planta de la torre te va contando la historia de los distintos gobernantes incas, “este es fulanito, que hizo tal y cual”, así hasta 14 generaciones y cuando estamos en la última planta y ya estamos totalmente metidos en la cultura inca va y pone que llegó un tal Pizarro y se acabó. Vaya un final tan simple para la historia tan bonita que estábamos leyendo, nos quedamos un poco tristes y cabreados con Pizarro.
Después de una estupenda semana en Cuzco, aunque no nos apetecía (algún día tendríamos que irnos) tomamos un bus nocturno a Puno, allí en la estación nos tocó lidiar un poco con el comisionista de turno, pero todo fue bien y tras tres horas de espera, por fin pudimos tomar el bus a la desconocida y deseada Bolivia.
Aunque ni Oscar ni yo nos lo habíamos confesado, ninguno de los dos tenía grandes esperanzas en el Machu Picchu, ya sabéis, cuando mucho se habla de una cosa, tanto turismo, tantas ilusiones, al final te suele terminar defraudando, pero todo lo contrario, fue impresionante, al igual que todo Perú, que gran riqueza y variedad la de estas tierras, pena que no lo podamos ver todo.