http://www.google.com/ “historia de Colombia”.
Desde que entramos en Colombia, nos fascinó la amabilidad y simpatía de su gente, la seguridad y tranquilidad con la que paseamos por sus ciudades y la belleza de sus paisajes. Todos los días nos preguntábamos “¿Por qué solo nos llega lo malo?”
Entramos en este maravilloso país a finales de enero, el barco del infierno II nos dejo en Sazurro, un pueblecito paradisíaco, donde la mayoría se quedó a pasar la noche, pero nosotros teníamos 
tantas ganas de perder de vista al impresentable del Capitán que nos fuimos andando con Miguel Y Eric a Capurganá, una hora de caminata monte arriba, monte abajo. Capurganá es un pueblo pequeño, muy bonito, no hay coches, todo callejuelas peatonales, con playas de agua cristalina, lamentablemente coincidimos con temporada alta, y estaba llena de Colombianos (con dinero) veraneando, demasiado turístico, y como consecuencia todo era más caro y las playas estaban sucias de botellas y bolsas de plástico, perdiendo todo su encanto. Allí nos despedimos de Sato, un japo muy simpático con el que coincidimos en el barco, llevaba dos años viajando por el mundo y todavía le quedaba un año más, flipante!!! (Para mí que era un pirata informático).
De Capurganá tomamos un bote a Turbo, dos horas de lancha a toda leche, botando constantemente, y aunque nos dejó todos los huesos descolocados, continuamos el viaje por una pésima carretera hasta Montería. Allí pasamos la noche, apenas nos dio tiempo a dar un pequeño paseo por la orilla del río y ya empezamos a apreciar lo amable y servicial que es esta gente.
A la mañana siguiente tomamos una buseta a Cartagena de Indias, después de un duro regateo, ya que nos sorprendió el alto precio del trasporte, pero en toda Colombia ha sido igual, ya no hay ruteado, ohhhh!!!!
De Capurganá tomamos un bote a Turbo, dos horas de lancha a toda leche, botando constantemente, y aunque nos dejó todos los huesos descolocados, continuamos el viaje por una pésima carretera hasta Montería. Allí pasamos la noche, apenas nos dio tiempo a dar un pequeño paseo por la orilla del río y ya empezamos a apreciar lo amable y servicial que es esta gente.
A la mañana siguiente tomamos una buseta a Cartagena de Indias, después de un duro regateo, ya que nos sorprendió el alto precio del trasporte, pero en toda Colombia ha sido igual, ya no hay ruteado, ohhhh!!!!
Después de tres estupendos días de callejeo por Cartagena tomamos un bus a Santa Marta. Aquí empezamos a probar todos los jugos naturales que no sabíamos lo que eran, maracuyá, tomate de árbol, lulo, zapote…descubrimos las arepas de huevo (con un huevo frito dentro), las bolas de queso, empanadas de distintos rellenos, uhhhhh!!!!! Esto se convirtió en nuestro desayuno, todos los días nos levantábamos contentos e íbamos corriendo a tomar la primera comida del día.
Visitamos las playas de Rodadero y Taganga, un pequeño y acogedor pueblito de pescadores.
Nos apuntamos a un tour para ir a “Ciudad perdida”, seis días de caminata por la selva, siempre por un paraje impresionante, cruzando constantemente ríos, plantaciones de coca, pueblos 

indígenas, con cenas y tertulias a la luz de las velas, tallando madera y tagua, durmiendo en hamacas, luchando contra los mosquitos…. Hace unos años era una ruta peligrosa por las 

guerrillas y el narcotráfico, pero hoy en día es todo muy seguro, Uribe ha fumigado las plantaciones de coca y el parque está constantemente vigilado por los militares, a la entrada nos cachean y revisan nuestras mochilas, comprueban que los víveres son para nosotros y no para la guerrilla.
Disfrutamos mucho de esta excursión, coincidimos con gente muy agradable y nos reímos mucho
con nuestro guía Omar, que siempre nos estaba amenizando el viaje con 
historias y anécdotas de turistas que sufren ridículos accidentes, de secuestros, de los narcotraficantes, de los indígenas (entramos en una de sus cabañas y conocimos a una indígena de 16 años que ya tenía 3 hijos, alucinante!), leyendas…siempre con buen humor.


Oscar se lo pasaba pipa con Omar, juntos eran como dos niños pequeños, todo el día metiéndose el uno con el otro (Omar decía que Oscar tenía los pelos de una muñeca abandonada), gastándose bromas y sustos..

Para llegar a Ciudad perdida debimos subir 2.270 escalones de piedra, a los 1.230 ya empezaban a asomar las primeras terrazas, al llegar al último escalón estábamos rodeados de terrazas a distintos niveles, todos comunicados por caminitos formados con losas de piedra, impresionante!
Después de esos seis días terminamos agotados, nos dolía todo, especialmente las piernas, el regreso fue muy duro, llovía, barro, resbalones, culetazos, Omar riéndose de nosotros.
Disfrutamos mucho de esta excursión, coincidimos con gente muy agradable y nos reímos mucho
Después de esos seis días terminamos agotados, nos dolía todo, especialmente las piernas, el regreso fue muy duro, llovía, barro, resbalones, culetazos, Omar riéndose de nosotros.
El día que llegamos a Santa Marta empezaban los Carnavales, estábamos a 200 Km. de Barranquilla, conocida por tener los Carnavales más famosos de Sudamérica (después de Río, claro!). Pero somos tan chulos (la verdad es que estábamos tan cansados) que pasamos de ir, y disfrutamos del carnaval de Santa Marta, toda la carrera 5º llena de gente, que constantemente se tira espuma y polvos de talco, terminan todos perdidos pero siempre alegres y bailando.
Fuimos al Parque Tayrona, a descansar, pero tenía unas playas y unos recorridos tan bonitos que volvimos más cansados todavía. Dormíamos en un camping al lado del mar, alquilamos una tienda de campaña tan pequeña que dormíamos con la cabeza fuera, viendo las estrellas, que bonito! Si no fuera porque nos llovió!. Allí hicimos snorkel y aunque no llegamos a la zona de arrecife, ya que había mucha corriente y vimos unas rayas gigantescas que acojonaban, nos quedamos en una zona donde había un árbol hundido con gran variedad de peces, Oscar vio una especie de pez globo con pinchos y descubrió una langosta, así que allí estabamos tan contentos.
De vuelta a Santa Marta, nos gustaba ir a tomar una cerveza a los bares de los lugareños (que
raro!) donde nos contaban historias de la ciudad. En la calle donde nos hospedábamos era muy tranquila y acogedora, la gente estaba sentada en los portales y a la segunda vez que te veían pasar ya te saludaban, era genial. Pero apenas hace 10 años esta calle estaba tomada por los paramilitares, y había muchos tiroteos, Luís, uno de los porteadores con los que fuimos a Ciudad Perdida, nos contaba que allí habían matado a sus dos hijos varones, uno porque era pacifista y no quiso alistarse a los paramilitares (por escarmiento) y al otro porque se alisto y le mató la contra, este hombre también nos contó como hace años había trabajado en una plantación de coca y en el laboratorio, y así miles de historias que nos hacían entretenidas las tardes con una cerveza (quien dice una, dice dos o tres…)
De Santa Marta tomamos un bus a Medellín, 16 horas de viaje, fuimos de noche para ahorrarnos el alojamiento (esto para los que piensan que estamos forrados) los autobuses aquí son buenos, espaciosos y se reclinan un montón (también son muy caros).
En las carreteras hay muchos controles militares que constantemente te hacen bajar, cacheo y revisión del equipaje. Aunque resulta una gran molestia, aquí todos están tan contentos con estos controles, ya que antes les era imposible viajar entre pueblos debido a la guerrilla, a mí personalmente me fastidio un control, a las 6 de la mañana, nos despiertan, nos hacen bajar, hace frió, cacheo (a las mujeres no! Pues vaya!) y revisión a fondo de nuestras mochilas, se entretienen con mi bolsita de tampax, lo estudian minuciosamente y me los destrozan, Ahhh!!! Me cago en “to”!!! Con lo que me cuesta aquí encontrarlos!!!
En las carreteras hay muchos controles militares que constantemente te hacen bajar, cacheo y revisión del equipaje. Aunque resulta una gran molestia, aquí todos están tan contentos con estos controles, ya que antes les era imposible viajar entre pueblos debido a la guerrilla, a mí personalmente me fastidio un control, a las 6 de la mañana, nos despiertan, nos hacen bajar, hace frió, cacheo (a las mujeres no! Pues vaya!) y revisión a fondo de nuestras mochilas, se entretienen con mi bolsita de tampax, lo estudian minuciosamente y me los destrozan, Ahhh!!! Me cago en “to”!!! Con lo que me cuesta aquí encontrarlos!!!
Al llegar a Medellín nos hizo mucha gracia la cantidad de carteles de comercio que ponía “Drogas las rebajas “, “Súper drogas”, “Drogas mejor precio”, sin duda todas eran droguerías, pero claro, tratándose de Medellín no podíamos evitar la sonrisa al verlos. Una vez más, nos sorprende la amabilidad de su gente y nos encontramos una ciudad segura, muy agradable de pasear, con zonas muy modernas. La era de Pablo Escobar queda lejos.
Un almuerzo típico consiste en una sopa y una bandeja con un filete de res, arroz, plátano frito y ensalada, todo por 1 euro y medio incluyendo un jugo natural (imposible pasar hambre).
Como era martes, día de mercadillo, nos fuimos a pasar la mañana a Silvia, un pueblo en las montañas, a donde van ese día todos los indígenas desde sus aldeas para comprar las fruta y verdura. Es digno de ver, el pueblo se llena de colorido, los indígenas visten todos con un sombrero tipo Bombin, una falda y un poncho azul, tanto hombres como mujeres, pero ellas llevan collares y ellos bufanda. Son muy graciosos.
De regreso a Popayán nos informamos de las ruinas precolombinas que hay en “Tierradentro” y decidimos visitarlas, son hipogeos, tumbas subterráneas, con paredes decoradas con dibujos geométricos en blanco, rojo y negro. La zona donde se encuentran los hipogeos más importantes se llama “Segovia” así que era una visita obligatoria. Allí mantenemos una agradable 

El pueblo y los alrededores nos encanta, todo tranquilidad, apenas turismo, sin Internet, así que decidimos quedarnos más días y seguir dando paseos. De Tierradentro nos habían dicho que había guerrilla, pero cuando le preguntamos a la gente de allí, nos decían con toda tranquilidad ”Ahhh! Si! Pero eso era antes, ahora están allá arriba en la montañas y si bajan es de noche y no molestan!”
En la casa donde nos hospedábamos, coincidimos con Doña Olga, arquitecta encargada de la rehabilitación de templos, así que al día siguiente decidimos hacerla una visita a la obra, en Santa Rosa, un pueblo a más altitud del que estábamos, nos dijeron que la única manera de ir era en la furgoneta de Darío que pasaba a las 11:00, esperamos y esperamos, y finalmente pasó a las 12:00, pero que iba en otra dirección, que a las 14:00 subía, así que decidimos esperarle tomando unos frijoles y jugando una partida de cartas, jugamos a la escoba y en cada partida a 21 nos jugamos 10 min. de masaje, ya le debo a Oscar 1 hora y 20 min., Ahhhh!!!! Q mal lo llevo!!!. El caso es que mientras esperábamos, vimos como a las 13:55 pasaba la furgoneta de Darío a toda leche sin recogernos, nos quedamos con cara g…, pero sin desanimarnos decidimos ir andando, después de una hora subiendo la montaña (las vistas era alucinantes, cosa que nos animaba a continuar) empezamos a preguntar a los campesinos que nos cruzábamos que a cuanto estaba Santa Rosa, y nos decían “a 15 min.” a los 15 min. volvíamos a preguntar y nos volvían a decir “a 15 min.”, así en varias ocasiones, trás 2 horas de caminata por fin llegamos. Conclusión: o la gente de aquí no sabe contar mas de 15 o caminan a toda leche. Lo mejor fue un niño que nos encontramos cuando todavía nos quedaba 30 min., nos dijo todo convencido “estará a unos 8” nunca llegaremos a saber si se refería a Km., millas, minutos…Pero sin duda fue el que más se aproximó.
Una vez en Santa Rosa nos dirigimos a la iglesia andamiada, donde nos encontramos con Doña Olga, y nos hizo un estupendo recorrido contándonos y
Después de tres días en Tierradentro regresamos a Popayán para pasar la noche y al día siguiente tomamos un autobús (aquí si que pusimos todos nuestros esfuerzos en el regateo para poder desayunar, ya que apenas nos quedaban pesos) a Pipíales a 2 Km. de las frontera con Ecuador.
Allí tomamos un taxi que todavía no sabemos como lo hizo pero se salto los dos controles y nos plantó en Ecuador, en la parada de taxis que nos llevaría a la ciudad mas cercana. Nosotros flipando le pedimos por favor que nos lleve de vuelta a Colombia para que nos sellen los pasaportes. El taxista no entendía muy bien por que queríamos volver si ya habíamos pasado, pero bueno esta ya es otra historia.